Invasores de lagunas
Mario Alberto Gámez
“Cuando el agua te llega al cuello
no te preocupes si no es potable”
Stanislaw Jerzy Lec, escritor polaco
Para nadie es un secreto, que los miles de habitantes de las zonas aledañas a las lagunas de la zona conurbada viven en terrenos ganados a estas áreas; es decir sobre relleno de zonas pantanosas.
Recuerdo que en mi infancia, viví un año entero en Matamoros, Tamaulipas, a sólo un par de cuadras del “bordo”, como llaman los lugareños a los bordes de protección del río Bravo, una zona muy baja, que con cualquier lluvia se hacían de inmediato grandes encharcamientos, pero no había entonces alguna autoridad que nos advirtiera del riesgo que corríamos.
Tal vez por esta misma situación, no había en los años sesentas, o antes, cuando el crecimiento demográfico de la zona conurbada del sur de Tamaulipas se dio en forma estrepitosa, quien diera aviso a los nuevos colonos que estaban en un grave riesgo.
Lo que resulta increíble es que en pleno siglo XXI se sigan presentando invasiones y que haya líderes que continúan enriqueciéndose con la complacencia de los políticos que permiten que los nuevos habitantes de la zona, lleguen e instalen un terreno con cuatro palitos sobre un charco de alguna de las lagunas de la región.
El fenómeno que propiciaron las administraciones perredistas, como las tres que tuvo el PRD en Madero y algunas más del PRI y en Altamira, fueron sólo para ganar votos y de paso, hacer negocios.
Pero no son los únicos; tendríamos que preguntarnos, ¿quienes son más culpables?, aquellas familias pobres que a carretonadas rellenan las lagunas en un terreno en donde apenas cabe una casita de cartón y plástico, o aquellos tampiqueños que rellenan la Laguna del Chairel para poner palapas, asadores, jardines, albercas, embarcaderos y hasta campos deportivos.
El problema es tan serio y la solución tan lejana que no debe escatimarse la ley a quienes de plano no la cumplen, o a quienes la tuercen a conveniencia para tener un domingo de esparcimiento.
Al final de cuentas las vidas humanas que pueda costar la negligencia o corrupción de las autoridades que permitieron e incentivaron las invasiones, no valdrán tanto como una buena carne asada en familia, o un juego de golf…¡imagínese!
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